La ciudad colombiana de Medellín fue tristemente célebre a finales de los años ochenta, en las noticias globales. El flagelo del narcotráfico se encargó de esparcir sobre su geografía, una oleada de violencia y muerte que puso en tela de juicio a toda la nación, famosa anteriormente por su café, noble emblema de trabajo arduo, honesto y de calidad internacional.
De fondo, una lluvia de balas
Los hechos vinculados a la guerra de estupefacientes ubicaron fácilmente a la juventud del momento, en una posición altamente compleja, arrebatándoles muchas posibilidades de progreso.
Su estado socioeconómico por otro lado, les impidió a una gruesa parte de ellos, acceder a la universidad y a opciones laborales dignas. Como resultado, varios de ellos tomaron el camino del sicariato en el crimen organizado, perdiendo sus caminos en un ataúd o una cárcel, antes de que realmente comenzaran a vivir.
De aquella trágica generación surgió David Rivera, músico de vocación y por suerte, eludiendo dichas opciones. Mayor de tres hermanos, encontró desde pequeño y gracias a sus padres, una respuesta al fenómeno que le rodeaba.
La academia le inculcaría el oficio del violín, evidenciado en sus pasos por la Orquesta Filarmónica de Medellín y la Sinfónica de Antioquia. La calle en contraste, pondría ante sus ojos (más bien, oídos), el testimonio de quienes buscaban desahogarse ante tan oscuro panorama, mediante estilos populares del rock como el punk y el metal.
En una adolescencia confusa, David halló en el género que ha caracterizado a bandas como Metallica o Iron Maiden, su propio motivo de resiliencia.
La banda sonora, la estridencia y la melodía
El violinista decidió en 1990 formar un conjunto musical bautizado como Tenebrarum (tenebroso en latín). Acorde con la estética fúnebre de su propuesta, el nombre se acomodaba perfectamente al paisaje hostil de su sociedad, La misma que concibió a Kraken y a Ekhymosis, cuna artística del hoy mundialmente famoso cantante y guitarrista Juanes.
Los circuitos clandestinos del metal no eran (ni son aún) tan atractivos para la industria del entretenimiento, a una escala masiva como sí lo era (o es) el vallenato (o actualmente el reguetón), expresiones de gran pantalla mediática en Colombia.
La calidad técnica y disciplinar de sus practicantes estaba para la época, en un punto primigenio, repleta de imaginarios tétricos, abordados de modo simple, minimalista.
Rivera entendió la claridad del mensaje, insuficiente a las ambiciones estéticas que la cultura erudita le guiaban, pese a interpretar la guitarra eléctrica en principio. Desde su tímida experimentación, que anhelaba adaptar el violín a sonoridades estridentes, Tenebrarum cumplió recientemente tres décadas de trabajo ininterrumpido.
¡El futuro en un violín que va por mucho más!
Por supuesto, no ha sido sencillo para el multinstrumentista (pues David también canta) sembrar los éxitos de una carrera tan extensa, en un escenario poco fértil para el arte. Las numerosas producciones larga duración en su haber, junto a conciertos de primer nivel en varias ciudades colombianas, pero también en otras latitudes fuera del país tricolor, han enaltecido su prestigio dentro y fuera de los ámbitos propios del rock pesado.
Sin proponérselo, también fue pionero al implementar el violín en la llamada música extrema del continente.
Con una versatilidad tan poco ortodoxa en el férreo círculo metalero, David Rivera igualmente se ha atrevido durante su recorrido, a ejecutar su instrumento con acompañamientos de la música electrónica y el folclor colombiano.
Consciente de los cambios relacionados con la ahora situación desencadenada por el COVID-19, sigue desde su hogar llevando a cabo formatos de recitales, bien sea como solista o acompañado.
No son pocos los homenajes realizados por sus seguidores, a quienes se les prometió una autobiografía que se espera, circule pronto, la cual retratará con bastante detalle un fragmento enorme de la música moderna suramericana.
Para encontrar más información:
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