El presidente, que volverá a los mítines multitudinarios con uno el 19 de junio en Tulsa, cargado de simbolismo histórico, rechaza el debate de renombrar bases militares en honor a oficiales confederados.
Estados Unidos se ha adentrado de lleno en una conversación sobre el racismo, el tema fundamental de la historia del país, en la estela de las protestas por la muerte del afroamericano George Floyd a manos de la policía. En el centro del debate está el legado simbólico de la Confederación, y el presidente Donald Trump ha tomado partido. “¡Aquellos que niegan su historia están condenados a repetirla!”, tuiteó este jueves.
El miércoles, el mismo día en que el hermano de Floyd pedía en el Congreso acción para acabar con la injusticia racial, el presidente arremetió contra una iniciativa debatida en el Pentágono que plantea renombrar bases militares bautizadas en honor a oficiales confederados que lucharon contra la Unión en la Guerra de Secesión. “Se ha sugerido que deberíamos renombrar tantas como 10 de nuestras legendarias bases militares, como Fort Bragg en Carolina del Norte, Fort Hood en Texas, Fort Benning en Georgia, etc. Estas monumentales y muy poderosas bases se han convertido en parte del Gran Legado Americano, y una historia de ganar, victoria y libertad. Los Estados Unidos de América entrenaron y desplegaron a nuestros héroes en estos terrenos sagrados, y ganaron dos Guerras Mundiales. Por eso, mi Administración nunca considerará renombrar a estas magníficas y legendarias instalaciones militares”, tuiteó. La Casa Blanca aseguró después que el presidente estaría dispuesto a negarse a firmar la ley de presupuesto anual de Defensa si el Congreso tratase de forzar la medida.
La defensa de Trump de los nombres confederados de las bases se produce cuando, por todo el país, se repiten las iniciativas para retirar del espacio público monumentos de figuras de los Estados Secesionistas del sur, que defendían la supremacía blanca y la institución de la esclavitud. La líder de la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, pidió que se retiren 11 monumentos a figuras confederadas, después de que el gobernador de Virginia, el también demócrata Ralph Northam, anunciara que quitará la estatua del general Lee de un monumento en Richmond, la que fuera capital de los Estados Confederados. En esa misma ciudad, una estatua en honor a Jefferson Davis, presidente de la Confederación, fue vandalizada y derribada el miércoles por la noche. La NASCAR, la muy popular competición de coches de serie, decidió también el miércoles prohibir las banderas confederadas en sus eventos.
También la figura de Cristóbal Colón está siendo objeto de contestación en la estela de las protestas. Después de la decapitación y derribo de senadas estatuas del conquistador en Boston y en Richmond, respectivamente, otras dos estatuas fueron vandalizadas en Houston y en Miami. Ya el año pasado, cuando Washington DC se sumó a una serie de Estados y ciudades que cambiaron la festividad del Día de Colón por la de los Pueblos Indígenas, el presidente Trump expresó su oposición.
En un momento en que el país reflexiona sobre el racismo sistémico, Trump ha elegido eludir, cuando no negar, el debate. Ha evitado hablar sobre cómo la muerte de Floyd ha sacudido las consciencias de los estadounidenses, ha preferido no participar en los actos en su memoria celebrados estos días y, en la ola de protestas que recorre el país, se ha posicionado sin matices con la policía y contra los manifestantes, a quienes insiste en acusar sin pruebas de estar manejados por la extrema izquierda y el movimiento Antifa. En un momento de introspección colectiva, ha optado por presentarse como el presidente de “la ley y el orden”.
A cinco meses de las elecciones, se trata de una jugada electoralmente arriesgada. Como en 2016, busca la conexión con esa América blanca y abandonada que contribuyó decisivamente a su victoria. Pero las encuestas nacionales señalan un cada vez mayor distanciamiento con la mayoría de los estadounidenses.
Decidido a dar por cerrada la crisis provocada por la pandemia del coronavirus, el presidente ha anunciado su vuelta a los mítines de campaña, cancelados durante meses por el peligro de propagación del virus. Y la fecha y el lugar elegidos para el regreso encierran, de nuevo, un poder simbólico que no ha pasado inadvertido. El primer mitin de Trump será el próximo 19 de junio en Tulsa, Oklahoma. El 19 de junio, conocido como Juneteenth, se conmemora el final de la esclavitud en Estados Unidos, y ya hay marchas y manifestaciones convocadas para ese día en el marco de las protestas tras la muerte de Floyd. La ciudad de Tulsa fue, en 1921, escenario de una masacre de cientos de afroamericanos durante unos disturbios raciales. La elección del escenario y el día del reencuentro de Trump con las multitudes ha sido criticado desde las filas demócratas. “Esto no es solo un guiño a los supremacistas blancos, les está dando una fiesta de bienvenida a casa”, lamentó la senadora Kamala Harris, una de las que más suenan como posibles candidatas a vicepresidencia en el ticket electoral del demócrata Joe Biden.
El general Milley: “No debí haber estado allí”
El general Mark Milley, el más alto mando militar de Estados Unidos, ha asegurado este jueves que se equivocó al acompañar a Donald Trump en su ya famoso paseo el pasado 1 de junio, para el que la policía abrió camino cargando contra manifestantes pacíficos que se concentraban junto a la Casa Blanca, con el objetivo de que el presidente pudiera sacarse una foto ante una iglesia que había sido vandalizada en las protestas. “No debí haber estado allí”, ha reconocido el jefe del Estado Mayor Conjunto.
“Mi presencia en ese momento y en ese ambiente creó la percepción de militares involucrados en la política doméstica”, dijo Milley, en una declaración en vídeo. “Fue un error del que he aprendido, y sinceramente espero que todos podamos aprender de él”.